Aunque suene extraño, tranquilos, mis jóvenes emprendedores, no serían los primeros en unificar negocios dispares. Paseando por El Tubo de Zaragoza, ciudad cainita y cruel para los que la visitaron este año sin tener el menor interés por la expo, me tropecé con dos locales contiguos que inmediatamente llamaron mi atención. El primero era la papelería Manolo, donde varios carteles escritos a mano en el escaparate informaban de que también se limpiaban zapatos.
El segundo tenía aún más miga, bajo el cartel de ortopedia La Francesa se adivinaban en el escaparate las cajas de colorines de... preservativos. Se lo señalé a mis amigas, ¿alguien tenía una ortopedia-condonería? Una señora que salía precisamente de la curiosa papelería de al lado me respondió que podía contarme la historia, puesto que era la dueña. Al parecer bajo ese rótulo y un escaparate cerrado se escondía un negocio que jamás llegó a vender corsés ni botas para pies planos. Todavía hoy entra a veces algún cliente despistado buscando plantillas, aunque llevan vendiendo condones sólo unos 80 años. Entonces esa tapadera era el modo de esquivar las prohibiciones en tiempos de censura, donde podías encontrarte a la policía vigilando a la salida de la tienda. Bueno, a decir verdad no sé si han cambiado mucho los tiempos. Lo digo por la vez en que se me ocurrió comprar una caja en el Metadona y se puso a pitar como loca en la puerta después de haber pagado, por supuesto. ¿Para qué le meterán esos chips dentro como no sea para sacarte los colores en público?
Así que ya saben, si pasean por Zaragoza en circunstancias que permitan hacer justicia a la segunda parte de su nombre, no dejen de perderse por callejuelas como la del Cuatro de Agosto, donde parece haberse detenido el tiempo. Mientras por mi parte sigo urdiendo un próximo negocio por si esto de la enseñanza no termina de cuajar: vestidos de novia y fósiles aliere. Pero esa historia mejor os la cuento otro día.