Mi historia es la de mucha gente, supongo. Una familia católica, educación en colegios de monjas y campamentos con la parroquia. De ahí pasé a algo más, digamos, comprometido: unos grupos donde la gente contaba su vida y el resto te daba su opinión y te ayudaba. Desde fuera y con el tiempo la cosa pintaba un poco radical, no lo voy a negar. En aquella época iba a misa todos los días, daba catecismo, iba al asilo a escuchar las historietas de unos ancianitos y tocaba la guitarra en la misa de los niños, más que nada porque si no era insoportablemente aburrida. Tampoco estaba muy bien visto que te echaras novio si no era creyente, por lo que los grupitos terminaban por ser endogámicos y cerrados.
Ahora bien, la verdad es que en aquél momento para mí era poco más que una pandilla de amigos, sólo que cambiando el parque y la discoteca por el bar de en frente de la parroquia. Fue un modo de conocer a gente con la que aún tengo relación, de aprender a valerme sin mamá y papá en aquellos campamentos de verano y, siendo sincera, siempre tuve claro que si me echaba un novio no creyente tampoco se lo iba a decir a nadie. Claro que en aquellos momentos no me comí un rosco ni tenía yo tampoco mucho interés por el sexo opuesto.
Con el tiempo vino el desencanto. Aquella gente que supuestamente te escuchaba para intentar aconsejarte y ayudarte resultaba que más bien lo que le gustaba era juzgar a los demás y cargarles con pesadas piedras sin poner ni un dedo para empujar, por decirlo en plan bíblico. Así que tal y como entré me fui, comprobando cómo muchos de aquellos supuestos amigos pasaban a ni siquiera saludarme.
Ahora mismo soy mucho menos practicante y estoy segura de muchas menos cosas, aunque conservo intactas ciertas creencias interiores que no cambiaron ni cuando iba a misa todos los días ni ahora que no recuerdo la última vez que fui. Tampoco tengo traumas de curas o monjas que olvidar, ni considero que me enseñaran nada malo en ese tiempo salvo el pésimo efecto de no predicar con el ejemplo.
Y sin embargo hoy me he encontrado con una de esas personas que en otros tiempos estaba en aquel grupo. Tenía dos niños, como de unos dos y cuatro años. En los escasos dos minutos en los que me saludó y le pregunté a qué se dedicaba, el niño se escapó solo hacia la carretera, pilló una perreta monumental cuando le riñó su madre y la niña daba patadas a todo lo que encontraba por la calle o se daba cabezazos contra un cartel que había en una esquina. Entonces por un momento recordé que esa era una de las personas más radicales en aquellos tiempos, que llegó a decirme que si dejaba aquél grupo no estaba haciendo lo que Dios quería para mí. Cómo podía tener línea directa con Dios es algo que siempre me intrigó.
El caso es que mientras la veía de madre atribulada de esos pequeñines, riñendo a una y consolando al otro, pensé que tal vez todos aquellos años y la experiencia que te da ser madre la habrían hecho también ver la vida desde un punto de vista más relajado. Por un momento sentí que me reconciliaba de alguna manera con aquella chica que me señalaba con el dedo por querer seguir con mis creencias, pero en privado.
Hasta que los niños se pelearon y entonces ella les dijo: "vamos a darnos un abrazo para sentir el calor del corazón". No puedo expresaros el miedo que sentí. Por esos niños y por aquello en que yo misma pude haberme convertido.