Sin embargo este año la suma de catástrofes aéreas mundiales ha hecho mella en el legendario miedo a volar del costillo y hemos decidido quedarnos más cerquita. Pero mirad lo que hemos encontrado casi a tiro de piedra de nuestras casas (click para babear, preferiblemente lejos del teclado):
Unos museos de historia natural, muy natural:
La verbena del pueblo:
Playas de ensueño (aunque ni sueñes bañarte con lo fría que está el agua):
Dunas desérticas:
Una casa de pueblo con vistas:
Unas cascadas que ni el Niágara:
Fósiles (menos mal que el costillo no pudo arrancarlos de la fachada, que ya sabemos de sus inclinaciones delictivas):
Unas apartamentos coquetos en primera línea de playa:
Y claro, el picnic dominguero con productos de la tierra:
Y todo sin hoteles de mala muerte, sin 5 minutos para fotos, sin colas de turistas, sin comidas especiadas y raras, sin horas interminables de autobuses ni esperas en aeropuertos, sin guías embaucadores ni madrugones. Porque las vacaciones se suponen que son para hacer lo que te dé la gana, ¿o no?
Bueno, eso, y porque las vacaciones para mí están donde esté el costillo. Ains, quién me ha visto y quién me ve.