Cuando leo búsquedas como "canción para la primera clase de un coro de niños" no puedo evitar que se me vengan a la cabeza imágenes de mi primer día al frente de una jauría de críos de poco más de 4 añitos, en un aula donde los tenía que sentar en bancos porque no tenía sillas para todos. ¡Qué nervios! La verdad es que ahora, con la experiencia que dan siete años de intentar inocularles el virus del amor por la música a cientos de pequeñajos, habría planteado esa clase de manera muy diferente. Así que me gustaría compartir con vosotros un par de cosillas desde mi experiencia en ésta y otras entradas (a los que no les interese el tema de la educación que me perdonen, por favor).
Un coro no nace cuando alguien te lo encarga o se te ocurre montarlo en tu colegio, conservatorio, centro social, parroquia o cualquier otro sitio. Nace cuando en tu casa comienzas a intentar responder a alguna de estas cuestiones:
- Reclutamiento de los niños selectivo o democrático-educativo: En mi caso no hay dudas, cualquier niño que desee cantar está en el coro. Del director depende que pueda aprender o evolucionar más o menos en función de sus posibilidades. ¿Que eso me limita a la hora de llegar a unos patrones de calidad? Tal vez, pero estoy cansada de encontrar a padres que me envían a sus hijos y me dicen con pena que es que a ellos la seño del colegio no les dejaba cantar porque tenían oído de madera y sin embargo adoran la música. No seré yo quien cree ese tipo de frustraciones, aunque tampoco conviene engañar a los niños y decirles que han cantado algo bien cuando no es así.
- Edad de los coristas: a criterio del director y el centro. La diferencia entre un coro de niños de 4 o 5 añitos a uno de 12 o de 17 años es bestial en cuanto a planteamiento, repertorio, incluso tiempo de ensayo. Vamos, como que si tienes a un niño de 5 años más de 1 hora dedicado a este tipo de actividad o él o tú terminaréis dándoos cabezazos contra la pared. Garantizado.
- El centro: hay que saber con qué tipo de clase contaremos, si dispondremos o no de teclado o algún otro tipo de instrumento, qué relación tendremos con su administración o con los padres...
- Equipo de trabajo: profesor de técnica vocal, pianista acompañante, jefes de cuerda... En mi caso, como en el de la mayoría de vosotros, yo me lo guiso y como todo.
- Planteamiento de ensayos: determinado por el centro y nuestra propia disponibilidad, claro, pero también de los resultados que pretendamos conseguir, edad de los niños, etc. En mi caso doy tres horas semanales, pero no a todos los niños, suelo hacer ensayos parciales por edades e incluso por otros motivos totalmente extramusicales, como que se queden o no al comedor, por ejemplo.
- Uniforme: sí, es una chorrada, pero si quieres que al menos el 90% lleve al concierto de navidad el que tienes en la cabeza conviene que lo mandes por escrito a los padres el 1 de septiembre. Como curiosidad decir que a mí me gusta adecuar el uniforme al repertorio que voy a cantar, y del mismo modo que si van a cantar un rock puedo pedirles que vayan en vaqueros, intento obrar en consecuencia y no ir yo con un traje de chaqueta, mal que le pese a mi padre (suspiro).
- ¿Partitura sí o no? En mi caso no, la letra quizás para repasar antes de los conciertos en casa y poco más. Admiro a quienes tienen tiempo de enseñar música a sus alumnos porque, no nos engañemos, la formación musical por la que los niños deberían comprender una partitura es muy deficiente en los colegios. Otra cosa es que tu coro se forme en un conservatorio, entonces puedes y debes utilizar partituras. Otra razón es que resulta difícil que los alumnos te presten más atención que al papel, prefiero fomentar su memoria y así tienen las manos libres para posibles movimientos que vayan con la pieza.
Vale, ya estoy con mi clase, ¿y ahora qué?
La respuesta más fácil sería la de colocar a los niños según su voz, pero pongámonos por un momento en el lugar del pequeñajo, que estará aún más nervioso que nosotros. Le vamos a pedir que cante solo unas escalas o ejercicios que no ha visto en su vida y que encima aguante en silencio mientras hacemos lo mismo con 20, 30 o 40 compañeros. ¿Vosotros repetiríais el segundo día? Yo, desde luego, no. Así que mi consejo es que olvidéis la colocación por voces y trabajéis con todo el conjunto, pues ayuda a perder la vergüenza.
Más adelante haremos ese ejercicio de colocar a nuestros cantores en 2, 3 o más voces, teniendo en cuenta que todos querrán ser primera voz. Es más fácil, ya se la saben, porque suele ser la melodía, y se libran de los pesados "din don dan" o notas de puro acompañamiento que suelen hacer los de la segunda voz. No olvidemos además que cantar agudo debe ser más molongui que grave, porque el director nos ha escogido a unos para una cuerda y a otros para otra únicamente en función de quién llegaba a las notas más altas. ¿O qué pensábais, que los niños eran tontos? ¡Error! Si empezamos así la hemos cagado, y para todo el curso además.
¿Qué podemos hacer? Hay que reforzar el orgullo por pertenecer a la segunda voz y para eso cada cual emplea pequeños trucos. Ya habréis adivinado que echar a segunda voz a los niños que "no llegan" a los agudos imprime una fuerte sensación de fracaso. ¿Por qué no por una vez buscar primero a quienes tienen los mejores graves y luego seleccionar para la primera voz? Ah, y también deberíamos cambiar el nombre, porque claro, ser 1º o 2º es evidente que ya conlleva matices discrimintarios. Todo el mundo sabe que el segundo es el primero de los perdedores. Así que lo mejor es denominar a las cuerdas por su verdadero nombre: soprano y alto. Además de emplear términos musicales más neutros, por así decir, eso de ser alto... tiene que ser bueno, piensa el niño. Al fin y al cabo sólo los altos se montan en ciertas atracciones, ¿o no? A mí lo que me funciona también es decir que yo no soy ni segunda, sino cuarta voz en el coro en el que yo canto. Es decir, que se puede tener una voz grave sin que signifique que no vales para cantar.