Ha pasado un año ya desde que en la víspera de Navidad nuestra amistad y nuestras bromas sobre el duro vaquero y la señorita Rabbit empezaron a convertirse en mucho más. Una mezcla de cariño, pasión y deseo que terminó dinamitando todos los obstáculos que se pusieron en su camino. No fueron pocos: vivíamos a más de 200 km., no nos habíamos visto más que por una pantallita de ordenador, yo me oponía con todas mis fuerzas a una relación a distancia, tú salías de un ruptura dolorosísima con la novia con la que llevabas 9 años, yo aún luchaba contra una depresión, tenía miedo a la opinión de mis padres... Aún no sé ni cómo nos dejamos llevar por aquella locura como para programar una cita a ciegas en una ciudad cercana a la tuya la víspera de Reyes.
Vuelvo la vista atrás y los recuerdos de aquellos dos días se convierten en pedacitos de un puzzle gigante que vienen sin orden ni concierto a mi mente. Desfilan ante mí tu olor, el primer beso que me pediste en el coche mientras el semáforo no quería dejar de estar en rojo para nosotros, tus hoyuelos, aquel sillón, cuando te hacías el dormido mientras intentaba despertarte, el sonido de tu voz susurrándome que te parecía preciosa, mis respingos, los dos besos que me diste en la estación que no me supieron a nada. Tu silueta tras la puerta traslúcida del baño, tus largas pestañas, todo lo que me hiciste reír, tus caricias en mi pelo, la curva imposible de tu espalda, aquella foto feísima que nos hicimos en un fotomatón, el palo que pasé cuando en el restaurante me dijeron que llevaba el jersey del revés y no me había dado ni cuenta, tu piel en la mía, tus manos cogiéndome por la cintura cuando nos perdimos por la ciudad buscando al astronauta y el diablo con el helado de dos bolas.
Lo sé, lo sé, suena a película romántica. Pero fue realmente así, tan jodidamente perfecto que parece un cuento. Supongo que enamorarse tiene ese efecto en las personas. Te vuelves una ameba feliz y sonriente víctima de Cupido, ese bicho volador lobotomizante, que diría Tribeca. En mi caso tras un año para olvidar, precisamente por no poder olvidar, de repente me entraban ganas de gritarle a todo el mundo lo feliz que me sentía. Y por mucho que les pese a los que gruñen que el amor verdadero dura tres meses, esa ilusión no muere.
Por eso este año he pensado que ésta va a ser mi carta a los Majos de Oriente:
Queridos Reyes MajosP.D. Quizás sea éste el post que más me ha costado escribir desde que tengo el blog. Y eso en una persona que no calla ni debajo del agua y no se le da mal retorcer palabras es mucho decir. He gastado infinidad de borradores pero el resultado siempre queda pobre, insulso, vulgar. Y nuestra historia es de todo menos eso. Aún con todo me apetecía intentarlo. Feliz aniversario, costillo.
Este año no voy a pediros ningún regalo. No, tranquilos, que tampoco será ésta una de esas cartas que piden paz y amor en el mundo. Estaría bien, pero no nos engañemos, con lo que le gusta al género humano machacar a su prójimo es más bien improbable.
Después del regalo que me trajísteis el año pasado (¿cómo sabíais que me pierde que me hagan reír y sean buenos por dentro y estén buenos por fuera?) no me atrevo a pedir nada más. Debí ser una niña muy muy buena para merecerlo, o a lo mejor era vuestra manera de disculparos por cambiar siempre cosas de mi lista. Que bien que convertíais a la chabeli (la barbie era una cursi), el detectinova o el telesketch en unos leotardos, una caja de plastidecores o un chándal azul y amarillo piolín, jodíos.
Así que por lo que a mí respecta tenéis una chimenea, bueno, campana de la cocina, menos que visitar y ya podéis ir guardando el gato tajalápiz sodomita y el muñeco de acción Dios Todopoderoso. Me vale con pediros un pequeñito favor. Que si no ha sido un regalo y ha sido todo un sueño fruto de vuestra magia, por el amor de vuestros turbantes, no me despertéis. Un beso cariñoso para los tres, aunque uno destiña,
aliere
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on domingo, 4 de enero de 2009
at 11:36
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cosas mías,
memento
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