Esas cenas de antiguos alumnos  

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Si hay algo en la vida que puede parecerse a reencontrarse con un ex y sentir que ya no se tiene nada en común, eso son las reuniones de antiguos alumnos. Digamos que yo las clasifico en dos tipos: compañeros del colegio y compañeros de facultad.

A la primera cena una ya acude consciente de que el niño que te tiraba de las coletas y te llamaba Repipi Pataslargas ha debido cambiar un rato largo. Pero en la segunda una espera encontrar la camaradería de siempre en gente a la que hace pocos años que no te cruzas. En ambos casos sueles equivocarte.

Para empezar los compañeros de la EGB no han cambiado demasiado, siguen subdivididos en las mismas tribus urbanas de cuando éramos nanos: las barbies pijas, el payaso de la clase, los gamberros reciclados en yuppies estresados... Sólo cambia el hecho de que alguno ya se ha casado y tenido críos, y que de repente el grupo de los empollones repelentes al que yo pertenecía ya no somos marginados sociales, aunque sigamos sin ser de los guays. Luego está el típico por el que suspirabas desde tu pupitre y no te miraba ni para tirarte un trocito de goma por la espalda y en cambio ahora intenta de todas las maneras llevarte al catre. Haberme hecho caso cuando llevaba gafotas y aparato, chaval, llegas 10 años tarde por muy jugador de hockey profesional en Francia que seas y me vengas marcando la chocoltina en plan milkybar.

Sin embargo resulta sorprendente lo lejos que puedes encontrarte en sólo un par de años de aquellos con los que cursabas cafetología y trivialogía en el campus. Sirva de ejemplo este texto que escribí de una cena que tuve con ellos hace ya bastante tiempo. A la mayoría no los he vuelto a ver, y después de releerlo ya recuerdo por qué.

Condolezza Rice, de profesión hembra del mamífero de la raza de los cánidos conocido como zorro. Novia de Bob el divertido, al que despreciaba abiertamente cuando yo la conocí y él era novio de mi amiga Miranda. Fría, calculadora, capaz de hacerse pasar por tu amiga para luego apuñalarte por la espalda intentando hundir tu reputación y de paso robarte al novio. Inteligente y mala, combinación peligrosa donde las haya.

Bob el divertido: director de cine, colaborador de un conocido periódico, novio de Condolezza Rice y exnovio de Miranda. Le conocí un día que vino a pedirme apuntes con la lista de los días que necesitaba divididos en "estaba bebiendo en el bar" y "estaba en clase pero estaba borracho". Todas sus historias comienzan con "aquel día que amanecimos en un contenedor", "aquella noche que me subí a un árbol y empecé a gritar: soy un koala" o "aquella noche que mi primo Javier con una curda impresionante se metió en la cabina del tren y lo paró". Con todo, un tío ingenioso, escritor con cierto talento, con personalidad arrolladora e inteligente, menos en lo que se refiere a mujeres, claro.

Playgirl: musicóloga, la más joven del grupo, de profesión sus amantes.

El holandés errante: Escritor, pintor, electricista, filósofo en los ratos libres, buen conversador si está de buenas, antisocial las más de las veces y raro, muy raro.

Patxi: es un cerdo sin paliativos ni matices, a ratos estúpido, en otros cafre y psicópata en potencia. Fotógrafo profesional y amante de las relaciones imposibles con mujeres aún más imposibles que él. Patxi es Patxi y punto, no admite muchas definiciones.

Empanado: desaliñado, con problemas para acabar todo lo que empieza pero cariñoso y un buen tío en general. Siente cierta predilección por mí desde que nos conocimos. El aprecio es mutuo y la razón por la que he acudido a la cena.

Fuimos a cenar a un italiano y luego a tomar algo a un par de bares. Comienzo a beber sangría mientras escucho las historias de la vida sexual de Playgirl, a la que obligo a clasificarme a los tíos por provincias porque ya me hago un lío. Por cierto, a mitad de la noche recuerdo que se da el caso de que todos los hombres de la mesa han pasado por su catre alguna vez. Mientras, Patxi cuenta alguna de sus fantásticas historias sobre su pequeño pueblo vasco, que te hacen pensar si te está tomando el pelo o si directamente le falta medio calendario. Por ejemplo aquella sobre que los americanos enterraron unas placas que habían usado para conectarse con los extraterrestres en la ladera de una montaña, y si ibas allí y te tumbabas en el suelo te ponías moreno por los dos lados a la vez.

Hacia la mitad de la jarra de sangría las conversaciones de Bob el divertido sobre sus borracheras, el holandés errante sobre hentai y películas hiperviolentas y Condolezza sobre su trabajo de investigación comienzan a parecerme bastante más divertidas. Playgirl me pide consejo sobre un trío que le ha propuesto un tío al que sólo ha visto una vez: no sabe si elegir a otro hombre o a otra mujer. Patxi sostiene muy serio que las palomas son en realidad espías de los extraterrestres, porque allá donde vas hay alguna.

Mientras Condolezza comienza a someterme al tercer grado sobre mi vida personal y profesional, así que abandono la sangría, no debo beber más por si me voy de la lengua. Esquivo hábilmente sus preguntas respondiendo a cada una de ellas con monosílabos y acompañándolas de alusiones al resto:
Patxi ¿sigues con esa tía gótica a la que le iba el masoquismo y te clavó en el brazo un anillo de pinchos?
Bob, cuéntanos aquella historia de cómo acabasteis en un bar desnudos y conseguisteis que el resto de los clientes y hasta los camareros hicieran lo propio.
Holandés, ¿sigues con la tía que se había intentado suicidar dos veces y quería intentarlo una tercera?

Finalmente no consigo eludirla por más tiempo e inicio un cuento sobre lo aburrida que es mi vida y mi trabajo. Cuanto más deprimente es mi relato más se le iluminan los ojos. Comienzan todos a darme consejos sobre lo que debería hacer para llevar una existencia tan apasionante como la suya, mientras por dentro pienso que me quedo con mi vida anodina y Condolezza haría mejor en vigilar a su novio, que no me ha mirado a los ojos ni una sola vez en toda la noche.

Son las 5 y media de la mañana y nos echan del jazz bar y el personal se quiere ir a casa, excepto Patxi, que sugiere que se queda si vamos a otro antro y bailo desnuda. El holandés se va con Playgirl, y nadie duda que uno de los dos no dormirá en su casa esta noche, como en tantas otras ocasiones en el pasado. Bob acompaña a Condolezza a su casa, muy cogiditos del brazo, mientras el resto nos dispersamos hacia las nuestras.

En la despedida ni me molesto en fingir que les llamaré o quedaría con ellos a tomar un café a excepción del Empanado. A Playgirl me la encontraré en la biblioteca y el café surgirá sólo, en el que supongo continuará el culebrón "Sexo en Nueva York" donde lo acabamos de dejar. Al holandés errante me lo encontraré en el messenger y tendremos alguna conversación sobre lo trascendente de sus inquietudes vitales, su novia depresiva o cualquier otra cosa. A Patxi le pido el teléfono, porque puede ser un cerdo psicópata, pero es el único fotógrafo profesional que conozco y una nunca sabe. A Condolezza y Bob que les den por donde no da el sol.

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4 comentarios

Nunca fui a ninguna de esas efemérides (soy de los que no van)

8 de enero de 2009, 12:59

Bienvenido al blog amigoplantas, y al grupo de los que nos sentimos fuera de lugar entre los que se supone que alguna vez fueron nuestros iguales.

Te comprendo, creo que voy a hacer lo mismo. Sobre todo desde que en la última cena de antiguos alumnos del colegio unos cuantos con sus ya incipientes calvas comenzaron a tirarse comida en el resturante como a los 12 años tiraban bolis bic. Ufff.

8 de enero de 2009, 17:35

Hace ya mucho que no me tengo que comer una de esas reuniones, y toquemos madera. Guardo relación con los compañeros de carrera que he quiero, y al resto de trepas que pagarían a un sicario con tal de hacerte desaparecer para que así hubiera menos competencia, que les den.

14 de enero de 2009, 23:03

Podría firmar tus palabras, auriga, en esas reuniones se respira un cierto aire de competitividad y de envidia, de quién tiene el mejor trabajo, etc. que no me van nada.

15 de enero de 2009, 17:25

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