Los telediarios y el secuestro de José Cendón  

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Hace tiempo que observo las noticias con sorpresa y meneando la cabeza, como esos ancianitos al hablar de cómo está la juventud. En un mundo televisivo donde se pagan 350.000 millones a Julián Muñoz por unas declaraciones de indudable interés nacional, los telediarios se están apuntando al circo del todo por la pasta.

No soporto la manera descarada que tienen de hacerse publicidad a sí mismos, por ejemplo cuando a la cadena le dan un premio (generalmente votado entre ellos, menudo mérito), aumenta su share o peor aún, que el estreno de cualquier seriezucha de medio pelo aparezca poco más o menos que como portada del día.

Luego está la manera humorística de dar las noticias que tanto parece que se ha puesto de moda. Los guionistas de menos talento deben trabajar para Matías Prat y compañía, seguro. El que vale vale, y el que no para el telediario. De otro modo no se comprende esa manera de dar las noticias donde puede aparecer un tío con una peluca rubia rascándose la nariz y el presentador aprovecha para decir que a Nadal se le ha dado bien de narices un torneo.

Otra sección que parece que se ha vuelto imprescindible es la de moda, que se ve que todos los días hay algún desfile en alguna parte del mundo. Aún recuerdo el día en que en antena 3 anunciaron que iba a comenzar no sé qué pasarela y que por eso ponían las imágenes de lo más granado del año anterior. Venga, como eso aumenta la cuota de pantalla si no hay noticias nos las inventamos.

La otra tendencia está en radiar esa minúscula noticia que no interesa casi nada pero enternece el corazón de la audiencia. "Hoy hacemos nuestro reportaje desde una aldea ignota de tres habitantes para contarles que se han sustituido las campanas de la iglesia por un sistema robotizado". Ajá, buf, qué notición. Las cabras del monte aún lo están comentando entre ellas.

El colmo está cuando el hombre del tiempo te pone fotografías que manda la gente: aquí tenemos a un repartidor de butano en la nieve (verídico de ayer). Eso cuando no está aprovechando para intentar colarnos cualquier cosa de publicidad, que esa es otra, los anuncios cada vez duran más tiempo en los telediarios. Ya lo decía mi abuela, que no se ponía a ver el tiempo hasta que no faltaban dos minutos para las 16:00 y no se equivocaba nunca.

Pero si algo me desagrada últimamente es la manera en la que se decide qué es importante y qué no, hasta llegar a límites inhumanos. La búsqueda de carnaza entre las víctimas de un accidente, las declaraciones absurdas de los vecinos cuando alguien comete una atrocidad (señora, si sospechaba usted algo haber hablado con la policía) y la manipulación de la audiencia de una manera burda hacia las noticias que a ellos les parecen más atractivas.

Se ve que da más juego, por ejemplo, el secuestro de unos empresarios españoles en Bombay, porque nos permite hacer el chiste sobre las siete vidas de Esperanza Aguirre, que el de un fotógrafo gallego secuestrado en Somalia junto a su compañero británico, que está pasando casi con indiferencia. Mientras unos cuentan su esperiencia con todo lujo de detalles, que tal parece que se enfrentaron personalmente a los Charlis (ojo, no niego que sea una experiencia que no me gustaría vivir, sólo critico la cobertura informativa que se le dio), del otro como mucho se resalta continuamente la peligrosidad de la zona en la que trabajaba, como dando a entender que él mismo se lo buscó. Exactamente igual que pasa con un montón de religiosos que se resisten a abandonar a su suerte a las poblaciones de África o América Latina.

Una pena que no sea un personaje famoso, aunque me parece a mí que tiene más mérito ganar el World Press Photo que hablar de Paquirrín, pero quién soy yo para decir nada. Como muestra de su trabajo os dejo con sus fotografías de un psiquiátrico en Burundi, tan impactantes como bien realizadas.





Se pueden ver más y mejor aquí (sí, y también habla como Botín, qué se va a hacer, se ve que en esos países se habla más francés que inglés).

Tal vez haya otro debate bajo todo esto, el de si es ético o no hacer esa clase de fotografías artísticas en lugares en los que la situación es tan chunga. Si sirven para despertar nuestras conciencias anestesiadas como dice el autor o para llenar de más morbo nuestros telediarios, donde la catástrofe se muestra en toda su crudeza o en imágenes lejanas dependiendo de si ocurre en Zaranj o en Zaratán. Resulta difícil trazar los límites de esa línea en la que José Cendón se mueve en su trabajo, pero sigo pensando que con todo, podía haberse dado más repercusión a su secuestro que a las declaraciones del enésimo chorizo que ha dado este país.

This entry was posted on martes, 2 de diciembre de 2008 at 9:30 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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